No nos lo podemos creer, parece como si el Dakar de Tupiza a Uyuni no hubiera acabado, ir de Uyuni a Santa Cruz es toda una odisea… Primero, tomamos un bus de Uyuni a Potosí, por una supercarretera (de verdad) y estamos unas cuatro horas viendo uno de los paisajes más bellos de Bolívia y con más llamas de las que hemos visto desde que salimos de casa. Hay tantas… son tan preciosas, son lanitas de colores, esbeltas, con miradas profundas y pestañas infinitas… Quizá es que no podíamos abandonar Bolivia sin ver esto… Una vez en Potosí nos despedimos de nuestros amigos cordobeses y tomamos un bus a Cochabamba (sí, otra vez Cochabamba…) y de acá, el último bus a Santa Cruz. Un total de 2 días.
Llegamos a Santa Cruz de la Sierra un poco aturdid@s y encima ¡qué calor! Hemos pasado tantos climas, tantos buses, terminales y carreteras inexistentes de googlemaps que ya no sabemos ni donde estamos. Sólo queremos una ducha y una cama, estamos modo básico.
Con las energías cargadas y un poco de chipá, unos pancitos de queso y mandioca
riquísimos que venden recién hechos en cualquier puestito, vamos a visitar la ciudad. Santa Cruz tiene un aire tan diferente a La Paz… en un clima subtropical, influencias guaraníes, europeas y árabes. El centro lleno de edificios coloniales, blancos relucientes, tiendas caras y restaurantes distinguidos, hacen pensar que se mueve dinero.
Santa Cruz es bonita pero, a parte del centro no hay muchas opciones, así que empezamos lo que se denomina la «Ruta del Che», el camino del grupo guerrillero dirigido por Che Guevara hasta el lugar que fue fusilado, un camino en su memoria. Nos vamos hacia Samaypata, un pueblito que está a unas tres horas de la capital, entre curvas, verdes paisajes, más selváticos, definitivamente estamos abandonando los Andes 😦 . ¿Dónde estamos? Ya tendríamos que haber llegado… Disculpe, ¿el siguiente pueblo? Mairana. ¿Y cuánto falta para Samaypata? Chic@s ya lo hemos pasado. ¡Nooo! Últimamente sólo hacemos que dar vueltas, ha salido a relucir nuestra peonza interior. Bajamos en Mairana y allí, preguntamos, parece que nadie sabe cuando pasa el bus… así que tomamos un colectivo (taxi compartido) de regreso.
Bajamos en la carretera, y desde ahí, ascendemos un poquito. Es un pueblo chiquito, muy lindo, hecho con amor, con un micromundo donde cabe todo. Un lugar donde conviven más de veinticinco nacionalidades distintas y eso les hace ser muy abiertos de miras. El mercado con cholitas sonrientes, la placita con plantas y flores, las tiendas con personas alegres, los niñ@s jugando en las calles,… Es pura armonía, un lugar donde quedarse a vivir. Lástima que estamos en temporada de lluvias y algunos de los lugares como el Fuerte o el Parque Nacional de Amboró no los podemos ir a visitar.
Después de unos días de calma abandonamos el pueblo que fue tomado por el Che y sus guerrilleros. En plena carretera, paramos el bus hacia Vallegrande, no hay asientos… ¡Pfff! Esto va a ser duro… Al momento, descubrimos un asiento y nos acomodamos los dos como podemos. ¡Señorita! Tenga… Una mujer, de dulce mirada, nos ofrece un banquito de plástico. ¡Qué bien! ¡Gracias! Y con este asiento supletorio de pasillo llegamos a Vallegrande.
La ciudad está en un lindo gran valle fértil, la gente es tan amable y tan abierta que nos sentimos un@ más. Vallegrande es conocida porque en el lavadero del Hospital Nuestro Señor de Malta se exhibió el cuerpo sin vida del Che. Para poder visitar el mítico lugar
atravesamos el Hospital (aún en funcionamiento) y en una explanada trasera encontramos el lavadero. Estamos pisando y mirando un momento único, el 9 de octubre del 1967, justo después de fusilarlo, en este mismo lugar, militares, fotógrafos, lugareños,… observaron por última vez al Che, imágenes que darían la vuelta al mundo. Las piedras ahora pintadas testigos de la historia. Callamos. Este sitio desprende energías que no sabemos identificar. Después de estar el cuerpo del Che expuesto durante día y medio, le cortaron las manos como prueba de su muerte y fue enterrado, secretamente, a las afueras de Vallegrande, junto con seis guerrilleros más. En una fosa común, sin que nadie supiera nada, con la finalidad de que no se le rindiera culto. Estos intentos fueron en vano porque el Che se convirtió en un símbolo, en un icono de rebeldía y de la lucha contra las injusticias. A los treinta años de su muerte, se encontraron sus restos y se enviaron a Cuba, donde descansa y reside el espíritu de la revolución.
El último pueblo por visitar de e
sta ruta es La Higuera, para llegar tomamos un bus, que se nos hizo eterno, unas cuatro horas sentad@s en el pasillo, sin ver mucho y lleno de curvas de montaña. Paramos en un ramal, tomamos aire y contemplamos las preciosas vistas, una señal de madera «La Ruta del Che» nos indica el camino y empezamos a andar. Nos imaginamos al Che y a sus 47 combatientes, por estas tierras selváticas, entre la maleza, resistiendo y avanzando. Tras una hora de caminar, un camión, hacemos dedo. Subimos en la parte de la carga con dos hombres, vienen de Pucará, el anterior pueblo, de vender fruta y recoger arena, por eso vamos encima de un camión que parece una playa. Charlando con ellos, sin darnos cuenta, llegamos a La Higuera. La aldea, de unos cincuenta habitantes, es un tributo al Che, una
estatua, un gran busto con la frase «Tu ejemplo alumbra un nuevo amanecer» y muchísimos murales con su rostro y lemas emblemáticos. Dentro de la nueva escuela muchas fotos y entre ellas la Tania, la única mujer que luchó en esta guerrilla, Tamara Bunke, argentina de origen alemán, fue una activista y pieza clave en el espionaje cubano, valiente, como el Che murió por sus ideales.
En frente la vieja escuelita, donde después de capturar al Che y algunos de sus combatientes permaneció encerrado y después fue fusilado. La sala es ahora un pequeño museo que explica su historia, sus viajes por latinoamérica y su derrota en el Congo, sus aspiraciones de hacer otros Vietnams,… y también hay objetos que personas le han dejado en su memoria. Hay mucha fuerza aquí, dolor y esperanza, una lucha frustrada y el inicio de un mito.
En el pueblo hablamos con doña Irma, una viejita que estaba cuando capturaron al Che, nos muestra algunas fotos pero poca información nos da, parece que sino le compras la camiseta no cuenta mucho o quizá está cansada de turistas que quieren saber…
El último lugar que queremos conocer es la Quebrada del Churo, donde se libró la última batalla antes de su captura. El inicio de la quebrada está a una media hora a pie desde la Higuera, empezamos el descenso, un perrito que después se hará nuestro amigo nos ladra, estamos en una casa, no hay nadie para preguntar. Buscamos, pero no encontramos. La quebrada no es para nosotr@s…
Cuantas ideas en este lugar, ¿y qué habría pasado sino lo hubieran capturado? ¿qué habría sido de la historia? Nunca lo sabremos… Para algun@s el Che fue un criminal responsable de asesinatos en masa, para otr@s representa la lucha contra las injusticias, la rebeldía y el espíritu incorruptible. Un mito, una leyenda, fiel a sus ideales, indignado con las desigualdades, de carácter firme… y de corazón puro, «el ser más completo de nuestra época» (Sartre). Y aunque se compartan las formas, o no, esto fue el fin de un gran revolucionario pero no de sus ideales.

La Higuera nos ha impresionado, seguro que no la olvidaremos.
Vamos caminando hasta el cruce, unos 8 kilómetros, esta vez no hay suerte, no conseguimos que nadie nos levante a dedo. En el cruce esperamos al bus que nos lleva a Vallegrande, pero ya es la hora y no pasa. Vendrá con retraso… otra hora y nada… un rato más… Parece que el bus no va a venir así que empezamos a caminar dirección Pucará. ¡Una van! Hacemos dedo y nos para. Es una familia de Santa Cruz muy amable que está de carnavales en Vallegrande y nos cuentan que durante las fiestas no hay buses que todo el mundo se vuelca en el carnaval. La familia va delante y nosotr@s vamos en la parte de atrás de la pìck-up con dos chicas y un niño. ¡Qué diferencia! Para ir sólo veíamos los pies de la gente en el bus y ahora unas vistas que parece que te vayas a caer en cualquier momento. Parada técnica. Vamos a llenar un superbalde de agua. Para el Carnaval es tradición mojar a todo el mundo con globos, pistolas y lo que se pueda. Sin darnos cuenta estamos en la entrada de Vallegrande con un montón de globos, pistolas de agua y Rey Momo (una espuma blanca que es un pringue). ¿En qué momento pasó? No lo sabemos… pero nos lo pasamos como chuquill@s una guerra de agua con todo el pueblo. ¡Cuidado un globo! ¡Toma «momo»! ¡Ala esa dispara un superchorro! Entre risas y empapad@s nos despedimos.
Estamos atrapad@s en el pueblo. No hay autobuses, la terminal está cerrada hasta mañana. Bueno… habrá que buscar donde dormir porque durante las fiestas los precios son una locura. Conseguimos una «habitación», por ponerle un nombre, que es más bien un recuadrito de cemento con un colchón de paja en el suelo y a las afueras, una letrina que mejor no tener que visitarla mucho. Aprovechamos la cantidad de gente para vender un poco de artesanía y en una hora tenemos la noche financiada. 🙂 Ahora sí, ¡a disfrutar el Carnaval! Desfiles, música, risas, júbilo, baile,… y todo el mundo quiere hablar con nosotr@s. Algo de comer y botellas de licor artesanal, parecido a una crema de color blanco, riquísimo. Peña por aquí, baile por allá, otro chupito y mucha alegría. ¡Qué divertido el Carnaval!
Conseguimos un boleto a Santa Cruz, la ciudad blanca, y al llegar, nuestra sorpresa, ¡la terminal está cerrada! y aún tardarán dos días en abrir por las fiestas… No lo podemos creer… Bolivia es el país más loco en cuanto a comunicaciones se refiere… y encima una de las capitales cierra su terminal por fiestas. 
Habrá que buscar alojamiento… y una vez situad@s salimos a comprar, buff, cuanto jolgorio y de repente ¡ahhh! nos han atacado con pistolas de pintura. Bueno, si no puedes con el enemigo únete a el. Así que parte de nuestra compra es munición para esta guerra carnavelara. Nos cambiamos de ropa y para el centro. Fiuuu chorro rosa. Ahora azul. Cuidado ahora por ahí. Ja ja… todo el mundo está de colores… zaaas globo de agua. Es agotador pero tan divertido… aunque a veces hay que ir con cuidado porque siempre hay algún graciosillo que apunta a la boca y realmente la pintura está asquerosa. Pasamos la tarde entre colores y vinito boliviano. Nos reímos.
Parecemos avatars. ¡Qué pena no tener fotos! Pero, a ver quien era el valiente que metía la cámara en la guerra de titanlux. De azul verdoso amarillento con toques rosas volvemos al hostel una ducha de dos horas y no sabemos cuantas enjabonadas pasamos nuestra última noche en Bolivia. Un país, en ocasiones difícil de comprender, de paisajes increíbles, culturas ancestrales, personas cerradas que han sufrido… y mucho, colores, carreteras de vértigo, pueblo luchador y también sonrisas. Nos despedimos de él sintiendo ahora, que quizá no lo supimos comprender… pero quien sabe… a lo mejor hay una segunda oportunidad.